Viajar es un gran placer. Cuando viajo siento emociones calladas y estados de ánimo que me llevan a querer descubrir algo más de ese sitio o del siguiente. Cuando vuelves sientes que has inyectado más oxígeno al cerebro y te siente formar parte de este mundo inmenso, esperando impaciente el próximo viaje. A pesar del cansancio constante y de los contratiempos. Mi lema ha sido: Se viaja para pasarlo mal y disfrutar. Y pasarlo mal no tiene por qué formar parte del viaje, pero suele ser inevitable, por los cambios de horarios, comidas, caminatas, malentendidos, contratiempos y demás perturbaciones aleatorias. Y aún así, cuando se recuerda el viaje, esos contratiempos se recuerdan con humor y con la satisfacción de haberlos superado.
Yo distingo entre viajero y turista. Y me considero viajero. El turista viaja en viaje programado, no asimila lo que ve, está más pendiente de la calidad del hotel, y de la hora de las comidas; la historia le parece repetitiva y siempre está comparando su propio país con el que visita, y por supuesto, el país visitado sale mal parado. Los hábitos y costumbres de otros le resultan ajenos y no asimilables. El turista viaja como su maleta, acumula etiquetas de los sitios que visita, y sus relatos de viaje son cortos e impersonales.
Retengo en mi haber estancias en otros países, viajes interminables en coche, penosos y divertidos viajes en autostop, viajes en moto, e innumerables esperas en aeropuertos. Mi afición a esa fuga de descubrimientos me ha llevado a trabajar en entorno internacional, lo que me obligaba a viajes, a veces repetitivos y de tipo relámpago, pero con la promesa de hacer escapadas “para turistear” o sentirme viajero, intentado saber algo más de esos sitios.
Desde el primer comentario de Romina, sobre un viaje Italia, barajando la posibilidad que fuera a una región meridional, no lo dudé. Enseguida mostré mi interés. A pesar de que lo dijo mucho antes del verano y que yo no sabía ni tendría dinero o estaría agotado en septiembre para otro viaje, pero quería estar atento si al fin tomaba forma. Confío en su sentido de la organización, y sabía del estímulo que supone un viaje para acelerar y motivar el aprendizaje del idioma que hacía poco había empezado.
Como pudimos ir comprobando. Romina, “capagruppo”, sabe organizar un viaje. Su energía y vitalidad, su antena para captar detalles y reacciones, su capacidad de pastoreo de una cuadrilla heterogénea, su facilidad para no perder la calma en los contratiempos, y sobre todo, su amplitud de visión por el dominio de al menos 5 idiomas y de haber vivido, no sólo en Italia y España, sino también en Alemania, le confiere capacidad de organizar. Sabemos que los alemanes no saben hacer las cosas mal. Además, no sólo nos conducía, sino que seguía preparando sus actividades de cara al nuevo curso, lo que le obligaba a simultanear el viaje con múltiples llamadas, correos y planing en su oficina volante.
Resumir el viaje sí que puede ser tarea complicada. Un grupo de 13 en una semana, en septiembre, a dos regiones, la Basilicata y Puglia, visitando 10 “paesi” curiosos e interesantes, desplazándonos en un autocar para nosotros, con desayuno y cena solucionados, noches en casa rural y “alberghi” más que correctos, incluyendo guías muy competentes en cada parada. Hemos pateado castillos, museos, bodegas, granjas y casas de labor, playa, restaurantes, callejuelas, cuevas, puertos, iglesias y catedrales, palacios y teatros, en una variedad infatigable y en sabia combinación. Pero lo más atractivo del viaje fueron las sorprendentes actividades y laboratorios, del pan, de cerámica, de pasta, de aceite, de vino, y las constantes tareas y ejercicios del idioma, incluso en los desplazamientos y cenas, que reforzaron nuestro espíritu de grupo y promovían el “divertimento”.
En suma, una región que no acostumbra a recibir mucho turismo, a precios que ya no se encuentran, y que nos contagiaron su pasión por mantener los elementos tradicionales, su elaboración artesanal que les confiere ese pasión por la buena mesa saludable de productos de la zona. Un viaje ilustrado con fotos que repasaremos y que nos anima a otro viaje a la Italia meridional.
Imagino que cualquier región de Italia resulta increíblemente interesante por su gente, su comida, su arte, su paisaje, su arqueología, su historia, su clima ……y demás. También lo encontramos aquí.
Casi todos habíamos estado ya en Italia. Ninguno conocíamos el sur. Que imaginábamos parecido a Andalucía o Extremadura. Nada más distinto. “Montagnesca y collinosa”. Muy verde. Con pueblos en lo alto de sus montañas o agarrados a sus laderas. De carreteras serpenteantes y tráfico nervioso. Casas de piedra arenisca, que recordaba a Baleares. Incluso sus persianas. Una región de gente afable, generosa, donde te dan de comer como si no hubiera un mañana, con recetas propias y productos kilómetro cero, los quesos de su vaca podólica, dulces y helados, fusilli y orecchiette, vino de mesa que se puede beber, aceite virgen extra extra. El magnífico pan de leña. El café, que en otros países decimos “espresso” para diferenciarlo, aquí se llama café normale; lo sirven con agua, que se toma antes del café, que suele ser de buena calidad, y en cafetera italiana. ¡Y cuesta 80 céntimos!!!! Sus licores de almendra o limón. Y un antipasto pantagruélico. ¡Y el CRUSCHI!!! Un manjar que no se describe, sino que se descubre. Sentarse a la mesa no es llenar el buche, es una ceremonia, un protocolo, una degustación, un vocabulario propio.
Pero nuestro viaje no era de turismo, sino de inmersión lingüística. Lo demás se nos dio por añadidura. Hay palabras en italiano que ya no se me olvidan. Vimos los efectos de vivir en una zona de seísmos, conocimos lo más relevante de su intensa y convulsa historia, donde das una patada a una piedra y aparecen restos arqueológicos. El paleolítico, griegos, romanos, sarracenos, normandos, aragoneses, franceses, la unificación, la guerra mundial, y qué sé yo cuántos más, están todos allí. Y lo difícil y caro que debe ser mantener y excavar tanta historia.
Me sorprendió que las casas rurales (agriturismo) son realmente eso, casas rurales donde han hecho habitaciones acondicionando un establo. Una muestra más de cierta autenticidad que ya no se ve. La visita al frantoio (almazara) fue impactante. No sólo por la pasión con la que nos lo contaba, sino por el meritorio esfuerzo de alguien que no se dedicaba a eso, decide invertir en un producto tradicional de la zona como el aceite, y consigue en pocos años, con pocas hectáreas, dejar un negocio en marcha para la familia de sus dos hijos, hacer un aceite de calidad a 14 euros el litro y exportar a varios países.
Me dejo mucho en el tintero. Y lo dejaré para que lo rellenen los otros del grupo. Desde luego, este viaje me ha reconciliado con los viajes programados. Ya no quiero sentirme ni turista ni siquiera viajero. Ahora sólo alumno. Y si fuera aplicado lo habría escrito en italiano. En la próxima lección.
Juan Luis García Revuelta